martes, 14 de marzo de 2023

Tan alta como lunático*

Yo me volví loco en 1984. De repente, recién cumplidos los 18 años, el mundo se me vino encima, me dio un cabezazo y perdí el conocimiento (literalmente, pero no hay tiempo; si quieres entenderlo, espérate a la peli).

Al despertar, mis amigos seguían allí; pero enseguida me di cuenta de que ellos y todos los que me rodeaban eran demonios. Así, supe que estaba en el infierno, luego había muerto. Era mi infierno particular, imitaba a la perfección el mundo al que ya no podría volver, hecho exclusivamente para mí y para mi castigo. Averiguar su porqué fue luego parte de ese castigo.

En 1984 la así llamada reforma psiquiátrica aún no había llegado, y en todo caso no la esperaba un absoluto desconocedor de este mundillo como era yo, así que pronto tuve muy claro que si se sabía lo que me rondaba por la cabeza, mi destino era el manicomio, que en mi imaginación era… como un manicomio. Por eso tardé más de 6 años en hablar de aquello con un psiquiatra, cuando sobrevino mi gran depresión. 

He dicho que me volví loco porque por aquel entonces no había oído hablar mucho de eso de enfermedades mentales, y reflexionando sobre lo que había vivido, entendí que era la locura de la que sí hablaban. Nada bien. 

Después de aquel primer episodio, el infierno (o la locura) siguió yendo y viniendo, con formas diversas que llevaban al horror, la desesperación o la desesperanza, pero también al éxtasis y el paraíso. El infierno fue haciéndose más purgatorio, más realidad aumentada que pérdida de contacto con la de los demás. Que mi primera lectura después de aquello fuera la Divina Comedia, creyendo por su título que sería algo divertido, al final no fue tan mala idea. Aunque la primera parte es jodida…

La verdad es que me considero un loco con mucha suerte, no solo por lo que la locura me ha permitido experimentar y porque hoy puedo ver la locura también desde fuera, sino sobre todo porque en mi vida ha habido una serie de factores que me han servido de protección y me han permitido dejar atrás mi diagnóstico y la enfermomentalización que le acompaña:

Al evitar a la psiquiatría, tuve que buscar información por mi cuenta. De aquella solo estaba la biblioteca y la enciclopedia familiar. En esta, después de varios meses sin salir de casa, encontré el término maniacodepresivo, que me pareció ajustarse a lo que yo había vivido y estaba viviendo.

Como no hubo psiquiatra, nadie me dijo que no debía ni podía estudiar, así que entre euforias, delirios y depresiones fui sacando los distintos cursos de mi carrera de ciencias de la información, que luego me ha permitido ejercer como profesional en medios de comunicación y ganarme la vida.

El primer psiquiatra que me trató era psicoanalista. Jamás mencionó un diagnóstico para mí, se limitó a recetarme unos antidepresivos y a hablar conmigo de lo divino y de lo humano, de tú a tú, hasta que consideró que ya estaba saliendo de la depresión. Entonces me indicó que fuera bajando poco a poco los fármacos y dejamos de vernos; pero a partir de ahí conservé siempre el hábito de ir reduciendo los fármacos al salir de cada mala etapa. 

En el año 96, abatido por no conseguir un empleo relacionado con mis estudios, me decidí a decir a mi médica de cabecera que tenía depresión y necesitaba un psiquiatra. Ella me dijo que me enviaría al mejor. En nuestra primera conversación el profesor supo quién me había tratado la primera vez. Él le conocía, y como también le dije muy convencido que era maniacodepresivo, lo anotó y así quedó la cosa, hasta que vi que ya no.

Cuando en el año 2010 participé en la Evaluación de derechos de los servicios de salud mental, promovida por la entonces consejería de salud y servicios sanitarios junto con la OMS, descubrí que tenía derechos. Y entre ellos también el concepto de alta médica, como fin del proceso asistencial. Supe también, por boca de los psiquiatras que participaban en nuestras reuniones, que aquel era un territorio vedado para diagnósticos como el mío. Quise averiguar por qué y con el tiempo entendí que se debía a la presunción de cronicidad asociada a estos procesos. 

La primera vez que oí hablar de “conciencia de enfermedad” fue precisamente en una visita de la Evaluación. Al llegar a un centro que íbamos a visitar, me recibió un enfermero que me trató como si fuera un profesional, y al decirle que no, que yo era de los diagnosticados, me espetó: ¡Ah, bueno, pero tú tienes conciencia de enfermedad! Me quedé un poco parado, sin entender a qué se refería, y mi respuesta fue casi automática: “Pues no sé, yo creo que más bien tengo conciencia de salud”.

Cuando supe a qué se refería recordé mis primeros años en el asociacionismo, que fue precisamente en AFESA. Su entonces presidente, hoy en Madrid, me ofreció el privilegio de participar en un acto por la adherencia al tratamiento que promovía una empresa farmamentística, dado que según él yo era un estupendo ejemplo de sus beneficios. Con toda mi ingenuidad de entonces, traté de hacerle entender que no podía participar en algo así, explicándole que mi situación no se debía a ninguna adherencia mía, sino a que otros (mi santa madre sobre todo, mis 6 hermanos y también mi padre, los pocos amigos que seguían a mi lado…) se habían adaptado a mí, tanto cuando había decidido evitar todo tipo de drogas, como cuando se turnaban para acompañarme, convenciéndome con buenas palabras y hasta con lágrimas para que no saliera a la calle, sin que nunca se planteara que nadie pudiera privarme de mi libertad.

Pues bien, el caso es que en el año 2014, después de más de 10 años desde el último capítulo de mi autorrelato de realidad aumentada (al que llaman delirio), que había tenido una conclusión bastante aceptable; y puesto que me parecía un sinsentido seguir dependiendo de los servicios en base a esa presunción de cronicidad fruto de la sinrazón, me propuse solicitar ese documento de alta que “certificara el fin de mi proceso asistencial”. Tuve la suerte de que mi nuevo psiquiatra me conoció siendo ya presidente de Hierbabuena, y al poco supo de mi participación en la Evaluación, por lo que fue descubriendo mis derechos a medida que yo le hablaba de ellos. De este modo llegamos a tratarnos casi de igual a igual, y siempre fue muy respetuoso conmigo. Sin embargo, cuando me quejé de que mi diagnóstico ya no tenía sentido, me hizo saber que no creía posible darme el alta mientras siguiera tomando psicofármacos que él me prescribía, puesto que estos, y yo mismo, éramos responsabilidad suya; y me hizo ver que no había sido él quien me había puesto el diagnóstico. Así decidí que, puesto que era yo quien me lo había puesto, me lo tendría que quitar yo. Y puesto que no había otro remedio, tendría que dejar del todo los psicofármacos, cosa que hasta ese momento ni me había planteado. Afortunadamente, por entonces ya sabía de sobra lo que era el psimio (con “p”), el mono psicótico que asalta tu cerebro por efecto rebote cuando dejas los neurolépticos demasiado deprisa (de hecho luego he sabido, basado en la evidencia, que la conciencia de enfermedad de muchos compañeros está empedrada en psimios). Habiéndome informado sobre procedimientos adecuados para reducir y abandonar los fármacos psiquiátricos (sigo sin entender que este conocimiento no sea imprescindible para obtener la autorización para prescribirlos), me hice un plan de retirada bastante conservador, de 18 meses. Mi psiquiatra, aunque como digo no era partidario de lo que yo pretendía, sí accedió a que, si tras el fin de la retirada me mantenía otros 18 meses sin síntomas, se plantearía darme el alta. Así fue. Y hasta hoy.

20 años de locura, 25 de psicofármacos, 30 hasta el alta… Muchas vueltas y reflexiones, demasiadas preguntas, pocas respuestas... 

En lo fundamental mi opinión, basada en mi experiencia, coincide en que el estigma es nuestro gran problema; aunque después de tantos años he tenido que ir un poco más allá, a la enfermomentalización como ideología de nuestro estigma, al cuerdismo que es su producto, que lo realimenta y que es la gran enfermedad mental de nuestros días. Enfermedad mental que, como tantas otras, es y solo puede ser colectiva, aunque luego se exprese en individuos, tan variados, y aunque nuestro modelo de atención basado en clasificar árboles, sea ciego al bosque y por ello incapaz de apagar ningún fuego.

Coincido también en que los protagonistas de la transformación en la mirada y el trato hacia el sufrimiento psicosocial somos, debemos ser, las personas que lo conocemos. El conocimiento colectivo y compartido en primera persona de los ‘Estudios locos’ (mad studies) a cargo de una red creciente de investigadores/activistas desde la experiencia propia; el auge de movimientos internacionales como el de usuarios y supervivientes de la psiquiatría, el mad pride/orgullo loco y la red de escucha de voces; la proliferación de GAMs y otras agrupaciones en muchos puntos del estado y la existencia estable y duradera en toda España de asociaciones en primera persona, de verdad; son ya cimientos que hacen imprescindible, en todo lo relacionado con la salud mental, nuestro equivalente a la perspectiva de género, la perspectiva de mente.

Muchas gracias!


* Texto leído en la jornada institucional del Principado de Asturias con motivo del 'día mundial de la salud mental', el 10 de octubre de 2022.



miércoles, 28 de febrero de 2018

DEL CUERDISMO COMO ESPECTÁCULO


El fin de semana del Carnaval estaba fuera de Oviedo y me lo perdí. El miércoles siguiente, sin embargo, supe que de algún modo, sin yo saberlo, había participado en el desfile del Antroxu; y con premio. Ese día me llamó una compañera para contarme cómo se había sentido, humillada e impotente, al encontrarse en plena calle Uría, la calle mayor ovetense, con el maltrato y escarnio público hacia todo nuestro colectivo de personas con diagnósticos de la psiquiatría. Luego vi el desfile en YouTube y comprendí su tristeza, su frustración, las mismas que sentí yo y he sentido en cada compañera o compañero con quienes lo hemos comentado.
Con disfraces macabros, supuestos internos de un supuesto manicomio del pasado representaban, de modos supuestamente cómicos, situaciones que no están muy lejos de las actuales, incluyendo algunas de las agresiones que se siguen padeciendo en centros psiquiátricos, como el electroshock o las correas; y con nosotros mismos reflejados en personajes grotescos, malvados o simplemente idiotas. Después leí en el periódico La Nueva España la queja de una madre igualmente indignada por la burla hacia su hijo, buscando una rectificación o reparación ante lo que consideraba una afrenta. Al día siguiente, el mismo medio inducía al “mundo del espectáculo” a rasgarse las vestiduras, escandalizado ante una ficticia censura, y nos explicaba qué debemos pensar o creer que es el Carnaval, para negarnos el derecho a sentirnos ofendidos. Fue esta respuesta, por parte además de varias personas a las que conozco y respeto, la que me provocó el cruce de cables que intento desliar.


   Tenía hasta ahora la idea de que el Carnaval es, siempre ha sido, un marco para ridiculizar al poder. Días de descontrol y permisividad que tradicionalmente han servido para burlarse de los nobles o del clero, hoy de los gobernantes en general, poderosos varios y otros seres que se hayan hecho merecedores. El humor del Carnaval, a veces muy serio, siempre ha promovido la crítica social y expresado la necesidad de libertad de todo el pueblo. Por eso me cuesta -aunque no me cuesta- entender cómo encaja ahí la burla hacia quienes llevamos toda la historia y nuestras vidas soportando la opresión no sólo de los poderosos, sino del propio Pueblo Soberano en pleno.
El Carnaval es “la gran locura del año”, nos recuerdan en LNE; y sin embargo este Antroxu, en lugar de ser el día de la expresión de la locura, ha tenido para los locos ración doble de sometimiento e imposición, física y verbal. La pretendida cordura ha considerado oportuno vestirse de locura, burlarse de su tortura, pisotear el dolor y el sufrimiento de miles de personas; y después humillar a quien expresa su malestar ante la burla. Todo ello desde una comodidad que por suerte y por desgracia nunca sabrá del éxtasis ni del horror, y que sólo por eso se puede permitir banalizarlo, mostrando de paso la ignorancia al respecto de ese “mundo del espectáculo” todo ufano, y de una prensa sulfúrica que, es evidente, no tienen ni puta idea de en qué consiste la locura, más allá del disfraz del disfraz.
Entre unos y otros nos han dejado muy clara su trastornada idea del Carnaval, y no menos de la libertad de expresión, uno de nuestros derechos más fundamentales, pero que encuentra sus límites en otros derechos complementarios, igual de fundamentales. Recientemente, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de Europa, en su Recomendación nº 15 relativa a la Lucha contra el Discurso de Odio, señalaba el papel de éste "al minar la autoestima de los grupos vulnerables, dañando la cohesión e incitando a otros a cometer actos de violencia, intimidación, hostilidad o discriminación". Exactamente lo que refuerza y perpetúa la (in)cultura cuerdista a través de expresiones aparentemente intrascendentes como la de este Antroxu
  Con las mismas premisas pervertidas quizá en años venideros podríamos ver al “mundo del espectáculo que defiende el 'humor y el ingenio' del grupo del manicomio en el Antroxu”, defendiendo con la misma suficiencia el humor e ingenio de otros grupos que hagan mofa de las familias de los mineros muertos en tantos pozos, de las mujeres maltratadas, de las niñas y niños víctimas de las redes de pederastia, de las personas ahogadas cruzando el Estrecho en pateras, de las refugiadas sirias que huyen de la guerra, o de los millones de personas exterminadas por los nazis en las cámaras de gas (miles de miembros de nuestro colectivo las primeras, por cierto, sin que tampoco se sea consciente). Sin censura y sin necesidad de un mínimo respeto, que si la ridiculización se hace con “humor e ingenio”, seguirán considerando ilógico que estos colectivos se sientan ofendidos e insultados. O quizá a alguien le surgirá la duda que no se le plantea con nosotros, nos explicará la diferencia con los demás "discursos del odio", y sabremos por qué a nuestras voces aún les cuesta tanto superar el umbral de la percepción colectiva.
Llevo unos cuantos años en esto, por lo que ha crecido considerablemente mi comprensión respecto a la omnipresencia del cuerdismo y a la incapacidad del cuerdista, que somos todos y todas, para ser consciente de que vivimos inmersos en un entorno plagado de ideas, actitudes y comportamientos que, a semejanza del machismo o racismo, estereotipan, prejuzgan y discriminan a las personas diagnosticadas por la psiquiatría o tachadas de locas, desde una posición de superioridad basada en la presunción de  cordura. Machismo y racismo son sobradamente conocidos, por ello fácilmente detectables y socialmente detestables, saltamos enseguida a por la agresión y el agresor, sean obvios o no. Sin embargo, el sufrimiento de las personas diagnosticadas por la psiquiatría sigue siendo risible -y condenable rebelarse ante la burla-, e incluso, preventiva mente, culpable. 
Hablo del sufrimiento que, por ejemplo, siguen padeciendo a día de hoy tantas persona atadas a la cama en centros públicos presuntamente sanitarios (con resultado de muerte a veces, como hace menos de un año en nuestro propio Hospital Central de Asturias - HUCA), o el de quienes reciben descargas eléctricas que borran su memoria en centros privados concertados, o de tantísimas personas a quienes entre todas abandonamos para que se quiten la vida por sí mismas, más del doble de víctimas cada año por “suicidio” que por accidentes de tráfico, sin que aún hayamos empezado a plantearnos lo que ocurre, para que pueda ser abordado y prevenido. Pero también el de cada una de las personas que, padeciendo o no un diagnóstico psiquiátrico, hemos de soportar agresiones y maltratos, ajenos y propio, producto de ese cuerdismo generalizado, con sus derivados en forma de estigmas, discriminaciones y, lo peor, el autoestigma que te corroe desde dentro. 
Desde siempre en ese hábitat, los locos nos hemos tenido que acostumbrar a soportar todas esas falsedades, con las actitudes y comportamientos colectivos correspondientes: la proyección sobre nosotrss de cualquier barbaridad que no se quiere comprender, la acusación normalizada de peligrosidad, la duda permanente... todo ello azuzado por esa prensa de titulares, presa de patas en el lucrativo morbo. Quienes hemos padecido experiencias de sufrimiento extremo vivimos en persona la necesidad ajena de chivos expiatorios, de víctimas propiciatorias sobre las que los normalinos puedan arrojar sus miedos y todos esos impulsos despreciables o culpables que, como presuntos sanos, no quieren o no son capaces de reconocer en sí mismos.
    La mayoría de los acusados incluso nos hemos llegado a creer esas mierdas, con la consiguiente multiplicación de las comeduras de cabeza, por la sencilla razón de que se lo cree todo el mundo, porque el diluvio ignorante y maltratador, del que este Antroxu es solo una gota más, es infinitamente atronador y sepulta todo lo que desde nuestra realidad conocemos -y se puede demostrar fácilmente- para disolver esos prejuicios. No, soportarlo estoicamente no es fácil. 
 En este Antroxu, nuestro colectivo ha sido presa fácil sobre la que proyectarse, como ya había sido utilizado, en medida mucho mayor, en el espectáculo original que este grupo copió, aún más aberrante, facilón y cobarde ante unas víctimas que no se pueden defender. Espectáculos que pretendiendo no ir sobre nosotros, nos utilizan abiertamente como excusa explotando los clichés que se nos asocian por inercia, y que se realimentan aún más al arrojarnos la mancha y los estigmas. Como todo ese cine mentiroso mencionado como excusa en el artículo, que se alimenta de, y nutre, las ideas perturbadas sobre la locura, sobre las locas y locos. No es fácil, no.
La perpetuación del mal trato y mal tratamiento hacia nuestro colectivo debe mucho a esa función que ejercemos en nuestra presunta civilización, como contenedores de miserias ajenas, supuestamente sin remedio ni ganas de que lo haya, con todas las derivadas en forma de un modelo de servicios no de atención hacia la locura y el sufrimiento psíquico en general, sino casi exclusivamente de contención mecánica, farmacológica y sobre todo simbólica, que conduce al abandono, al aislamiento y a la muerte a tantas personas, por acción y por omisión.
   Si a alguien, más arriba, le ha tentado recordar la llamada ley de Godwin, puede también recordar que la muerte por autoejecución vicaria -suicidio-, se cobra cada año cerca de un millón de Vidas en el mundo. Nuestro PuebLoco, pues, sufre un Holocausto equivalente al del pueblo judío a manos de la barbarie nazi CADA SEIS AÑOS. El nuestro a manos de la barbarie cuerdista tácita y su omisión de auxilio. Una catástrofe humanitaria que nos es silenciada por nuestros medios de comunicación (sic), y me hace recordar a la población alemana que, tras el fin de la II Guerra Mundial, fue sometida a un proceso de desnazificación, forzada a contemplar las fosas comunes llenas de cadáveres, a re-conocer las cámaras de gas o los crematorios y a asumir la "Culpa o Responsabilidad Colectiva" por la ideología nazi, con sus enormes y terribles consecuenciasNada fácil...
Si fuéramos otro colectivo no habría tanto problema para hacernos entender. Haber tenido que escribir esto ya revela el problema sin falta de más. Dentro de unos años no habría necesitado hacerlo, la mayoría de la gente tendrá claro pronto que algunas cosas, simplemente, NO. Sin plantear nada parecido a censura, por una cuestión básica, sencilla, obvia: por simple RESPETO. Más fácil ¿no? 
   “Siempre va a haber alguien que crea que le están insultando”, decía alguien del jurado que premió la ofensa. A quienes siempre hemos sido insultados e ignorados en nuestra diversidad mental nos podría bastar, de momento, si tú te haces consciente de que quizá no es una  simple creencia. Incluso sólo con que lo quieras entender. 

OBVIEDAD DE OVIEDADES


viernes, 11 de agosto de 2017

Respuesta al mito del desequilibrio químico en el sufrimiento mental

Esta carta fue elaborada (en inglés)* por Judith Haire, Lucy Johnstone y Terry Lynch, para ayudar a refutar el mito generalizado de que el bajo estado de ánimo, y otros problemas de salud mental, son causados por “desequilibrios químicos”. Esta información errónea todavía se da como un hecho en muchos sitios web, en programas de televisión, artículos de prensa y otros. Ponemos esta plantilla de carta a libre disposición de cualquier persona que desee presentar una queja ante cualquiera de estas fuentes. Por favor, no dude en distribuirla. Los elementos en cursiva se pueden adaptar a las circunstancias y, si la queja particular lo requiere, pueden añadirse puntos adicionales.

Carta sobre el desequilibrio químico 
(para su adaptación según se estime más oportuno)

Estimado X,
Escribo / escribimos para quejarme/nos de su declaración / artículo / programa que afirma que la depresión / otro problema es causado por un 'desequilibrio químico'.
Este mito generalizado es incorrecto, como se describe en este resumen:
Un resumen adicional se puede encontrar aquí:
El Real Colegio (británico) de Psiquiatras ha declarado recientemente: “la vieja idea de que los antidepresivos corrigen un desequilibrio químico en el cerebro es una sobre-simplificación y no apoyamos esta visión” (hilo de Twitter #ADsmythbuster, 3.8.17).
Jamás ha sido identificado de forma fiable ningún “desequilibrio químico” en las personas que sufren de depresión / otros problemas. De hecho, ni siquiera se tiene una idea de cuáles serían los niveles 'normales' de neurotransmisores en el cerebro, y actualmente tampoco hay manera de medirlos. Incluso si se identificara un desequilibrio tal, se seguiría estando muy lejos de demostrar que esto tuviera un vínculo causal con el bajo estado de ánimo / otro problema. Ningún médico diagnostica la depresión o cualquier otra condición de salud mental mediante la evaluación de los niveles de serotonina o cualquier otra sustancia química del cerebro, ni comprueba su evolución repitiendo análisis. Por lo tanto, su afirmación no es científica, no se basa en la evidencia y es falsa. Es muy irresponsable difundir este tipo de información errónea al público en general / otra audiencia.
La noción de desequilibrio químico en el cerebro se introdujo -y se mantuvo y defendió ruidosamente, hasta que finalmente se volvió completamente indefendible- como una estrategia/estratagema de márketing por la alianza farmacéutico-médica, de la que ambas partes se beneficiaron enormemente, independientemente de la completa ausencia de evidencia que la pudiera apoyar. Desde que se desveló el engaño, psiquiatras experimentados han comenzado a reclamar que se deje de promover tal idea como causa principal: por ejemplo, el Dr Ronald Pies: “La 'teoría de desequilibrio químico' nunca fue una verdadera teoría, ni fue ampliamente propuesta por los profesionales responsables en el campo de la psiquiatría”
Aparte de la responsabilidad de las instituciones / periódicos / programas en atenerse a los hechos, la propagación continua de esta falsedad tiene consecuencias extremadamente perjudiciales, pues este mito ayuda a legitimar la alarmante situación actual en la que se escriben más de 60 millones de recetas de antidepresivos cada año sólo en Inglaterra. La gente a menudo es persuadida a tomar estos medicamentos sobre la base completamente falsa de que 'corrigen' este desconocido “desequilibrio”. Aunque los “antidepresivos” y otros medicamentos psiquiátricos tienen su lugar, hay evidencias crecientes de la gravedad del efecto rebote debido a las abstinencias, y de sus efectos secundarios.
https://www.bma.org.uk/collective-voice/policy-and-research/public-and-population-health/prescribed-drugs-dependence-and-withdrawal que de hecho pueden incluir la prolongación del curso natural del bajo estado de ánimo / otro problema (Whitaker, 2010) Además, el mito del 'desequilibrio' puede conducir al auto-estigma y a una dependencia pasiva de los expertos (Moncrieff 2009), mientras que los factores causales establecidos para el bajo estado de ánimo / otras condiciones de salud mental, tales como trauma, abuso y adversidades sociales no son tenidos en cuenta. Un informe de las Naciones Unidas de este año aclara que 'nos han vendido el mito de que las mejores soluciones para abordar los problemas de salud mental son fármacos y otras intervenciones biomédicas' y que 'las políticas de salud mental deben abordar el “desequilibrio de poder“ en lugar del "desequilibrio químico"' (véase  https://documents-dds-ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/G17/076/04/PDF/G1707604.pdf ).
Hemos enumerado referencias para apoyar nuestros argumentos. Les pedimos que se retire esta declaración de su literatura / corregir la información errónea en su próximo artículo / etc ..
Esperamos una pronta respuesta a las graves preocupaciones que hemos planteado.
Firmas

Referencias:
- Terry Lynch (2015) Depression delusion: The myth of the brain chemical imbalance. Mental Health Publishing.
- Joanna Moncrieff (2009) The myth of the chemical cure. Palgrave Macmillan.
- Robert Whitaker (2010) Anatomy of an epidemic. Crown Publishers.


* traducción propia, mejorable, se agradecen las sugerencias.

lunes, 31 de agosto de 2015

SIN HAL 9000

Tras el año salvaje que hemos vivido quienes padecemos un diagnóstico psiquiátrico, con insultos continuos en medios de comunicación, y sobre todo después de ver y leer la cantidad de insensateces que se han publicado repetidamente a raíz de la muerte de HAL 9000 (Javier Fernández), batería de Los Piratas, me cruzan tantas ideas y surgen tantas sensaciones que no termino de centrar.
No puedo ni imaginar cómo ha de sentirse su viuda, no dejo de pensar cómo lo vivirá su bebé cuando deje de serlo, ni me puedo sentir más solidario con ellos y con toda la gente que le conocía y le quería.
Siempre dudo si algo de lo que yo pueda decir en situaciones así será preferible al silencio; pero no me veo capaz de evitar el grito ante toda esa sarta de despropósitos de unos medios de no-comunicación que demuestran una vez más su inmensa capacidad para desinformar. Siempre que ocurre algo parecido es como volver al bucle, sentir una y otra vez lo mismo, como si después de 30 años torturado con la gota china, siguiera tratando de pararla escupiendo contra el grifo. No hay saliva bastante, sólo cabe liberarse de los grilletes y cerrar el grifo, pero está tan pasado de rosca…
Control de salud mental”, dice el titular para dejar claro qué es lo que importa. Y el cuerpo del artículo aclara la intención de reabrir una vez más “el debate de cómo controlar a estos pacientes”. Reclaman siempre control y más control  sobre los enfermomentales -no de nuestra enfermización a causa de la farmacologización-, los mismos medios que prefieren ignorar activamente las vidas reales de quienes nos limitamos a sufrir sus afrentas, sin opción a defendernos. “400.000 diagnosticados de enfermedades mentales como esquizofrenia y trastorno bipolar”, dice el artículo-. 400.000 asesinos en potencia (pocas noticias para tantos, no?), como “demuestra” cada titular que se hace eco y pone la atención mediática en nosotros, somos mucha gente “peligrosa” a controlar. Aunque sobre nosotros pone más bien la presión y el riesgo de desequilibrio, la atención se focaliza en ese primerísimo primer plano centrado en sucesos violentos que ocurren a personas con diagnósticos psiquiátricos, y suponen un porcentaje ínfimo de ese total de 400.000.
Por supuesto, ningún titular va a hacer referencia ni nadie se para a investigar la realidad para ver que, proporcionalmente, sufrimos muchísima más violencia que la que provocamos. Pero ajo y agua, que somos carnaza fácil y asociar algo a un 'enfermomental’ evita complicarse la vida buscando causas, o la pijada esa que te dijeron en la facultad de confirmar tus fuentes, que no hay tiempo. Si tienes a un enfermomental ya está, todo se explica por sí mismo y a otra cosa, que la actualidad manda. Pasan tantas cosas en el mundo a tanta velocidad, y tenemos tantas noticias de agencias cada día, que casi no damos abasto para copiar y pegar. Como para andar haciendo periodismo… Madura! No se te paga para eso.
Claro está que, si se mira y escucha bien, ese eco controlador contenedor no reclama garantías para evitar supuestos con tan ínfima probabilidad, sino más bien seguridad y alivio para los miedos ignorantes, confirmación para los prejuicios compartidos. No se aclara –por algo es sólo eco- a quién se le pide esa seguridad, control o contención: si al legislador, al sector, a la sociedad, a las propias personas o por qué no a los medios maltratadores; tampoco se especifica qué se pide, aparte de más de lo mismo: conciencia de enfermedad -sin pararse a pensar en la falacia que esconde tal concepto-, contención física, cronificación vitalicia del “tratamiento” -más falacia-... Se limita a emborronar y a alimentar prejuicios que únicamente contribuyen a la propia inacción que ese eco cree –supongo- pretender denunciar.
¿Se trata, pues, única o principalmente de control? ¿desde cuándo? O quizá la pregunta sería ¿acaso en algún momento no se trató de eso? ¿no ha sido siempre ese el fin último y principio, el encargo principal -consciente o no- que la sociedad, el Estado y su Administración hacen a los servicios de salud mental, y que condiciona el resto de sus supuestos objetivos oficiales y de los medios a emplear, así justificados? Se les pide o exige exactamente lo mismo que en tiempos de los manicomios, nada ha cambiado, y todos estos titulares -este 2015 es de antología-, no hacen sino incidir en ello, incluso cuando la persona diagnosticada resulta ser la víctima del suceso: “¡controlad a vuestros pacientes!”.
Después de todo este tiempo empiezo a ver que por eso me he tirado yo los últimos 30 años soportando, como tantas y tantos, la acusación y la condena vitalicia asociada al hecho de “ser enfermomental”. Por eso no hay atención real, política ni social, hacia el sufrimiento extremo. Por eso en los presupuestos se desprecia la llamada “salud mental”, y por eso hay en ellos una distancia tan enorme con las partidas dedicadas a la salud física y a otros tipos de exclusión, marginación, desigualdad o maltrato. Por eso la autodenominada Estrategia a este respecto del Reino de España –como prácticamente en el resto del mundo, por otro lado- y de todos cuantos participan en su ejecución, sonará a burla y patraña a cualquier afectado que indague en ella. Por eso en los servicios de salud mental la mayoría de la gente está burocratizada, quemada o pasa. Por eso los hogares están manicomizados y las familias desesperadas reclamando contención. Por eso existe el negocio inmenso que se nutre y condiciona absolutamente tanto la investigación como la formación e información –incluso el entretenimiento- académicas y más allá. Por eso la visión sobre nosotros de los que se dicen representantes públicos y de la mayoría de agentes sociales es la que es o no existe, y por eso los medios que se ocupan casi únicamente de lo que llaman actualidad y, agencias mediante, conforman el consciente colectivo y su agenda, repiten incansables los mismos estereotipos, perpetúan los mismos prejuicios y promueven las diversas discriminaciones.
Por eso se mantiene la omisión de auxilio, de respeto y hasta de escucha hacia las personas convertidas de este modo en trastornados. Por eso quien recibe la carga de un diagnóstico psiquiátrico de esos que salen como salen en los periódicos, en la tele y en las películas, automáticamente se ve encerrado en un universo paralelo sin salida de prejuicios interiorizados, de pérdida de derechos, de contenciones físicas, químicas e informativas, de represiones y temores, de pretensiones de anular o sustituir su autonomía y su voluntad, de dignidad vapuleada, de humillaciones y discriminaciones de todo tipo. Por eso la catástrofe humanitaria cotidiana que supone el suicidio ni siquiera existe para esa conciencia social. Por eso las desinformaciones enseguida emborronaron la muerte de Hal y, para quienes no le conocimos, su vida. Por eso pudieron matar impunemente a HAL 9000.
Si tuviéramos un color diferente llamaríamos a esto racismo, como mujeres podríamos identificar el machismo o sexismo, el colectivo LGTB sabe de la homofobia, incluso si se nos considerara animales no humanos, nuestros defensores lo nombrarían como especismo. Al menos así se podría empezar a abordar. Pero para identificar y explicar por qué la inmensa mayoría de la población humana (incluso de los mismos afectados) rechaza, desprecia, aísla y deforma su visión sobre quienes hemos vivido experiencias de sufrimiento extremo no hay un término propio, ni de hecho hay apenas sobre nosotros más discurso, ni relato ni terminología que no sea de desprecio, de agravio o de sentido patologizador. Nunca a lo largo de la historia de nuestras diferencias –que por otro lado, como verá quien quiera y sepa mirar, tanto han aportado a la humanidad- ha habido ni remotamente la posibilidad de que quienes vivimos desde dentro estas situaciones nos definamos y expliquemos, nunca hemos sido escuchados más que como defectuosos, como objetos de observación y denigración.
Hablan los expertos y los que no de estigma, y con ese término confuso y difuso que sitúa sobre nosotros la marca o mancha, se impide ver que en realidad el problema está en la mirada; en el fango, las aberraciones o el color del cristal con que nos miran, y se evitan de paso reconocer que, al meternos de cualquier manera en estos cajones desastre a que han quedado reducidos los diagnósticos psiquiátricos, se nos convierte colectivamente en el perfecto chivo expiatorio sobre el que cargar las culpas, temores y vergüenzas de nuestra civilización, tan repleta de todo ello. Toda esa ignorancia y todo ese esperpento exigen “control de la salud mental” antes que ocuparse en fomentar el respeto hacia la salud propia y ajena, hacia la humanidad individual y conjunta, hacia el planeta que nos habita...
Es cada día más obvio que en estos tiempos de redes y multiplicación exponencial de la comunicación ha llegado la hora de encontrar nuestros lenguajes propios, con los que quienes formamos parte de este continente podamos identificarnos, compartir sentidos. Vamos empezando a bautizar con nombre propio a nuestras experiencias, a nuestras vidas, a los contenidos reales de nuestras consciencias más allá de los reflejos que se empeñan en ver quienes proyectan sobre nosotros sus intereses, sus teorías o sus sombras. Surgirán y se consolidarán términos propios para vivencias comunes, para conceptos nuestros, en nuestro idioma, para que nos entendamos entre nosotros y para que quien quiera aprenda pueda traducir, incluso interpretar, en lugar de obligarnos a adaptar nuestras experiencias y nuestras vidas a esas visiones y voces distantes, en esas jergas intrusas que desde fuera nos clasifican y definen.
Esto que nos ocurre tiene ya un nombre -al menos- que sirve para enfocarlo adecuadamente, en la línea de lo que señalan el machismo o el racismo. Hace ya años que algunos autodenominados “supervivientes de la psiquiatría” estadounidenses, al hablar del maltrato que habían sufrido en las instalaciones psiquiátricas, lo llamaron mentalism. Buscando traducirlo al castellano, para empezar a nombrar a esas creencias, actitudes y trastornos de conducta tan arraigados en nuestras costumbres, podríamos llamarlo cuerdismo, para empezar a verlo más desde la perspectiva de quienes lo sufrimos y menos desde la de quien lo ejerces.
Sí, es a ti, probable mente. Como es a mí mientras desaprendo…
Abrazos
Tom



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