Tras
el año salvaje que hemos vivido quienes padecemos un diagnóstico psiquiátrico, con insultos continuos en medios de comunicación,
y sobre todo después de ver y leer la cantidad de insensateces que se han
publicado repetidamente a raíz de la muerte de HAL 9000 (Javier
Fernández), batería de Los Piratas, me cruzan tantas ideas y surgen
tantas sensaciones que no termino de centrar.
No
puedo ni imaginar cómo ha de sentirse su viuda, no dejo de pensar
cómo lo vivirá su bebé cuando deje de serlo, ni me puedo sentir
más solidario con ellos y con toda la gente que le conocía y le
quería.
Siempre
dudo si algo de lo que yo pueda decir en situaciones así será
preferible al silencio; pero no me veo capaz de evitar el grito ante
toda esa sarta de despropósitos de unos medios de no-comunicación que demuestran una
vez más su inmensa capacidad para desinformar. Siempre que ocurre
algo parecido es como volver al bucle, sentir una y otra vez lo
mismo, como si después de 30 años torturado con la gota china,
siguiera tratando de pararla escupiendo contra el grifo. No hay
saliva bastante, sólo cabe liberarse de los grilletes y cerrar el
grifo, pero está tan pasado de rosca…
“Control de salud mental”, dice el titular para dejar claro qué es lo que
importa. Y el cuerpo del artículo aclara la intención de reabrir
una vez más “el
debate de cómo controlar a estos pacientes”.
Reclaman siempre control y más control sobre los
enfermomentales -no de nuestra enfermización a causa de la farmacologización-, los
mismos medios que prefieren ignorar activamente las vidas reales de
quienes nos limitamos a sufrir sus afrentas, sin opción a
defendernos. “400.000 diagnosticados de enfermedades
mentales como esquizofrenia y trastorno bipolar”, dice
el artículo-. 400.000 asesinos en potencia (pocas noticias para
tantos, no?), como “demuestra” cada titular que se hace eco y
pone la atención mediática en nosotros, somos mucha gente
“peligrosa” a controlar. Aunque sobre nosotros pone más bien la
presión y el riesgo de desequilibrio, la atención se focaliza en
ese primerísimo primer plano centrado en sucesos violentos que
ocurren a personas con diagnósticos psiquiátricos, y suponen un
porcentaje ínfimo de ese total de 400.000.
Por
supuesto, ningún titular va a hacer referencia ni nadie se para a
investigar la realidad para ver que, proporcionalmente, sufrimos
muchísima más violencia que la que provocamos. Pero ajo y agua, que
somos carnaza fácil y asociar algo a un 'enfermomental’ evita
complicarse la vida buscando causas, o la pijada esa que te dijeron
en la facultad de confirmar tus fuentes, que no hay tiempo. Si tienes
a un enfermomental ya está, todo se explica por sí mismo y a otra
cosa, que la actualidad manda. Pasan tantas cosas en el mundo a tanta
velocidad, y tenemos tantas noticias de agencias cada día, que casi
no damos abasto para copiar y pegar. Como para andar haciendo
periodismo… Madura! No se te paga para eso.
Claro
está que, si se mira y escucha bien, ese eco controlador contenedor
no reclama garantías para evitar supuestos con tan ínfima
probabilidad, sino más bien seguridad y alivio para los miedos
ignorantes, confirmación para los prejuicios compartidos. No se
aclara –por algo es sólo eco- a quién se le pide esa seguridad,
control o contención: si al legislador, al sector, a la sociedad, a
las propias personas o por qué no a los medios maltratadores;
tampoco se especifica qué se pide, aparte de más de lo mismo:
conciencia de enfermedad -sin pararse a pensar en la falacia que
esconde tal concepto-, contención física, cronificación vitalicia
del “tratamiento” -más falacia-... Se limita a emborronar y a
alimentar prejuicios que únicamente contribuyen a la propia inacción
que ese eco cree –supongo- pretender denunciar.
¿Se
trata, pues, única o principalmente de control? ¿desde cuándo? O
quizá la pregunta sería ¿acaso en algún momento no se trató de
eso? ¿no ha sido siempre ese el fin último y principio, el encargo
principal -consciente o no- que la sociedad, el Estado y su
Administración hacen a los servicios de salud mental, y que
condiciona el resto de sus supuestos objetivos oficiales y de los
medios a emplear, así justificados? Se les pide o exige exactamente
lo mismo que en tiempos de los manicomios, nada ha cambiado, y todos
estos titulares -este 2015 es de antología-, no hacen sino incidir
en ello, incluso cuando la persona diagnosticada resulta ser la
víctima del suceso: “¡controlad a vuestros pacientes!”.
Después
de todo este tiempo empiezo a ver que por eso me he tirado yo los
últimos 30 años soportando, como tantas y tantos, la acusación y
la condena vitalicia asociada al hecho de “ser enfermomental”.
Por eso no hay atención real, política ni social, hacia el
sufrimiento extremo. Por eso en los presupuestos se desprecia la
llamada “salud mental”, y por eso hay en ellos una distancia tan
enorme con las partidas dedicadas a la salud física y a otros tipos
de exclusión, marginación, desigualdad o maltrato. Por eso la
autodenominada Estrategia a este respecto del Reino de España –como
prácticamente en el resto del mundo, por otro lado- y de todos
cuantos participan en su ejecución, sonará a burla y patraña a
cualquier afectado que indague en ella. Por eso en los servicios de
salud mental la mayoría de la gente está burocratizada, quemada o
pasa. Por eso los hogares están manicomizados y las familias
desesperadas reclamando contención. Por eso existe el negocio
inmenso que se nutre y condiciona absolutamente tanto la
investigación como la formación e información –incluso el
entretenimiento- académicas y más allá. Por eso la visión sobre
nosotros de los que se dicen representantes públicos y de la mayoría
de agentes sociales es la que es o no existe, y por eso los medios
que se ocupan casi únicamente de lo que llaman actualidad y,
agencias mediante, conforman el consciente colectivo y su agenda,
repiten incansables los mismos estereotipos, perpetúan los mismos
prejuicios y promueven las diversas discriminaciones.
Por
eso se mantiene la omisión de auxilio, de respeto y hasta de escucha
hacia las personas convertidas de este modo en trastornados. Por eso
quien recibe la carga de un diagnóstico psiquiátrico de esos que
salen como salen en los periódicos, en la tele y en las películas,
automáticamente se ve encerrado en un universo paralelo sin salida
de prejuicios interiorizados, de pérdida de derechos, de
contenciones físicas, químicas e informativas, de represiones y
temores, de pretensiones de anular o sustituir su autonomía y su
voluntad, de dignidad vapuleada, de humillaciones y discriminaciones
de todo tipo. Por eso la catástrofe humanitaria cotidiana que supone
el suicidio ni siquiera existe para esa conciencia social. Por eso
las desinformaciones enseguida emborronaron la muerte de Hal y, para
quienes no le conocimos, su vida. Por eso pudieron matar impunemente
a HAL 9000.
Si
tuviéramos un color diferente llamaríamos a esto racismo, como
mujeres podríamos identificar el machismo o sexismo, el colectivo
LGTB sabe de la homofobia, incluso si se nos considerara animales no
humanos, nuestros defensores lo nombrarían como especismo. Al menos
así se podría empezar a abordar. Pero para identificar y explicar
por qué la inmensa mayoría de la población humana (incluso de los
mismos afectados) rechaza, desprecia, aísla y deforma su visión
sobre quienes hemos vivido experiencias de sufrimiento extremo no hay
un término propio, ni de hecho hay apenas sobre nosotros más
discurso, ni relato ni terminología que no sea de desprecio, de
agravio o de sentido patologizador. Nunca a lo largo de la historia
de nuestras diferencias –que por otro lado, como verá quien quiera
y sepa mirar, tanto han aportado a la humanidad- ha habido ni
remotamente la posibilidad de que quienes vivimos desde dentro estas
situaciones nos definamos y expliquemos, nunca hemos sido escuchados
más que como defectuosos, como objetos de observación y
denigración.
Hablan
los expertos y los que no de estigma, y con ese término confuso y
difuso que sitúa sobre nosotros la marca o mancha, se impide ver que
en realidad el problema está en la mirada; en el fango, las
aberraciones o el color del cristal con que nos miran, y se
evitan de paso reconocer que, al meternos de cualquier manera en
estos cajones desastre a que han quedado reducidos los diagnósticos
psiquiátricos, se nos convierte colectivamente en el perfecto chivo
expiatorio sobre el que cargar las culpas, temores y vergüenzas de
nuestra civilización, tan repleta de todo ello. Toda esa ignorancia
y todo ese esperpento exigen “control de la salud mental” antes
que ocuparse en fomentar el respeto hacia la salud propia y ajena,
hacia la humanidad individual y conjunta, hacia el planeta que nos
habita...
Es
cada día más obvio que en estos tiempos de redes y multiplicación
exponencial de la comunicación ha llegado la hora de encontrar
nuestros lenguajes propios, con los que quienes formamos parte de
este continente podamos identificarnos, compartir sentidos. Vamos
empezando a bautizar con nombre propio a nuestras experiencias, a
nuestras vidas, a los contenidos reales de nuestras consciencias más
allá de los reflejos que se empeñan en ver quienes proyectan sobre
nosotros sus intereses, sus teorías o sus sombras. Surgirán y se
consolidarán términos propios para vivencias comunes, para
conceptos nuestros, en nuestro idioma, para que nos entendamos entre
nosotros y para que quien quiera aprenda pueda traducir, incluso
interpretar, en lugar de obligarnos a adaptar nuestras experiencias y
nuestras vidas a esas visiones y voces distantes, en esas jergas
intrusas que desde fuera nos clasifican y definen.
Esto
que nos ocurre tiene ya un nombre -al menos- que sirve para enfocarlo
adecuadamente, en la línea de lo que señalan el machismo o el
racismo. Hace ya años que algunos autodenominados “supervivientes
de la psiquiatría” estadounidenses, al hablar del maltrato que
habían sufrido en las instalaciones psiquiátricas, lo llamaron
mentalism. Buscando
traducirlo al castellano, para empezar a nombrar a esas creencias,
actitudes y trastornos de conducta tan arraigados en nuestras
costumbres, podríamos llamarlo cuerdismo, para empezar a verlo más
desde la perspectiva de quienes lo sufrimos y menos desde la de quien
lo ejerces.
Sí,
es a ti, probable mente. Como es a mí mientras desaprendo…
Abrazos
Tom
Vive su música...
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