lunes, 31 de agosto de 2015

SIN HAL 9000

Tras el año salvaje que hemos vivido quienes padecemos un diagnóstico psiquiátrico, con insultos continuos en medios de comunicación, y sobre todo después de ver y leer la cantidad de insensateces que se han publicado repetidamente a raíz de la muerte de HAL 9000 (Javier Fernández), batería de Los Piratas, me cruzan tantas ideas y surgen tantas sensaciones que no termino de centrar.
No puedo ni imaginar cómo ha de sentirse su viuda, no dejo de pensar cómo lo vivirá su bebé cuando deje de serlo, ni me puedo sentir más solidario con ellos y con toda la gente que le conocía y le quería.
Siempre dudo si algo de lo que yo pueda decir en situaciones así será preferible al silencio; pero no me veo capaz de evitar el grito ante toda esa sarta de despropósitos de unos medios de no-comunicación que demuestran una vez más su inmensa capacidad para desinformar. Siempre que ocurre algo parecido es como volver al bucle, sentir una y otra vez lo mismo, como si después de 30 años torturado con la gota china, siguiera tratando de pararla escupiendo contra el grifo. No hay saliva bastante, sólo cabe liberarse de los grilletes y cerrar el grifo, pero está tan pasado de rosca…
Control de salud mental”, dice el titular para dejar claro qué es lo que importa. Y el cuerpo del artículo aclara la intención de reabrir una vez más “el debate de cómo controlar a estos pacientes”. Reclaman siempre control y más control  sobre los enfermomentales -no de nuestra enfermización a causa de la farmacologización-, los mismos medios que prefieren ignorar activamente las vidas reales de quienes nos limitamos a sufrir sus afrentas, sin opción a defendernos. “400.000 diagnosticados de enfermedades mentales como esquizofrenia y trastorno bipolar”, dice el artículo-. 400.000 asesinos en potencia (pocas noticias para tantos, no?), como “demuestra” cada titular que se hace eco y pone la atención mediática en nosotros, somos mucha gente “peligrosa” a controlar. Aunque sobre nosotros pone más bien la presión y el riesgo de desequilibrio, la atención se focaliza en ese primerísimo primer plano centrado en sucesos violentos que ocurren a personas con diagnósticos psiquiátricos, y suponen un porcentaje ínfimo de ese total de 400.000.
Por supuesto, ningún titular va a hacer referencia ni nadie se para a investigar la realidad para ver que, proporcionalmente, sufrimos muchísima más violencia que la que provocamos. Pero ajo y agua, que somos carnaza fácil y asociar algo a un 'enfermomental’ evita complicarse la vida buscando causas, o la pijada esa que te dijeron en la facultad de confirmar tus fuentes, que no hay tiempo. Si tienes a un enfermomental ya está, todo se explica por sí mismo y a otra cosa, que la actualidad manda. Pasan tantas cosas en el mundo a tanta velocidad, y tenemos tantas noticias de agencias cada día, que casi no damos abasto para copiar y pegar. Como para andar haciendo periodismo… Madura! No se te paga para eso.
Claro está que, si se mira y escucha bien, ese eco controlador contenedor no reclama garantías para evitar supuestos con tan ínfima probabilidad, sino más bien seguridad y alivio para los miedos ignorantes, confirmación para los prejuicios compartidos. No se aclara –por algo es sólo eco- a quién se le pide esa seguridad, control o contención: si al legislador, al sector, a la sociedad, a las propias personas o por qué no a los medios maltratadores; tampoco se especifica qué se pide, aparte de más de lo mismo: conciencia de enfermedad -sin pararse a pensar en la falacia que esconde tal concepto-, contención física, cronificación vitalicia del “tratamiento” -más falacia-... Se limita a emborronar y a alimentar prejuicios que únicamente contribuyen a la propia inacción que ese eco cree –supongo- pretender denunciar.
¿Se trata, pues, única o principalmente de control? ¿desde cuándo? O quizá la pregunta sería ¿acaso en algún momento no se trató de eso? ¿no ha sido siempre ese el fin último y principio, el encargo principal -consciente o no- que la sociedad, el Estado y su Administración hacen a los servicios de salud mental, y que condiciona el resto de sus supuestos objetivos oficiales y de los medios a emplear, así justificados? Se les pide o exige exactamente lo mismo que en tiempos de los manicomios, nada ha cambiado, y todos estos titulares -este 2015 es de antología-, no hacen sino incidir en ello, incluso cuando la persona diagnosticada resulta ser la víctima del suceso: “¡controlad a vuestros pacientes!”.
Después de todo este tiempo empiezo a ver que por eso me he tirado yo los últimos 30 años soportando, como tantas y tantos, la acusación y la condena vitalicia asociada al hecho de “ser enfermomental”. Por eso no hay atención real, política ni social, hacia el sufrimiento extremo. Por eso en los presupuestos se desprecia la llamada “salud mental”, y por eso hay en ellos una distancia tan enorme con las partidas dedicadas a la salud física y a otros tipos de exclusión, marginación, desigualdad o maltrato. Por eso la autodenominada Estrategia a este respecto del Reino de España –como prácticamente en el resto del mundo, por otro lado- y de todos cuantos participan en su ejecución, sonará a burla y patraña a cualquier afectado que indague en ella. Por eso en los servicios de salud mental la mayoría de la gente está burocratizada, quemada o pasa. Por eso los hogares están manicomizados y las familias desesperadas reclamando contención. Por eso existe el negocio inmenso que se nutre y condiciona absolutamente tanto la investigación como la formación e información –incluso el entretenimiento- académicas y más allá. Por eso la visión sobre nosotros de los que se dicen representantes públicos y de la mayoría de agentes sociales es la que es o no existe, y por eso los medios que se ocupan casi únicamente de lo que llaman actualidad y, agencias mediante, conforman el consciente colectivo y su agenda, repiten incansables los mismos estereotipos, perpetúan los mismos prejuicios y promueven las diversas discriminaciones.
Por eso se mantiene la omisión de auxilio, de respeto y hasta de escucha hacia las personas convertidas de este modo en trastornados. Por eso quien recibe la carga de un diagnóstico psiquiátrico de esos que salen como salen en los periódicos, en la tele y en las películas, automáticamente se ve encerrado en un universo paralelo sin salida de prejuicios interiorizados, de pérdida de derechos, de contenciones físicas, químicas e informativas, de represiones y temores, de pretensiones de anular o sustituir su autonomía y su voluntad, de dignidad vapuleada, de humillaciones y discriminaciones de todo tipo. Por eso la catástrofe humanitaria cotidiana que supone el suicidio ni siquiera existe para esa conciencia social. Por eso las desinformaciones enseguida emborronaron la muerte de Hal y, para quienes no le conocimos, su vida. Por eso pudieron matar impunemente a HAL 9000.
Si tuviéramos un color diferente llamaríamos a esto racismo, como mujeres podríamos identificar el machismo o sexismo, el colectivo LGTB sabe de la homofobia, incluso si se nos considerara animales no humanos, nuestros defensores lo nombrarían como especismo. Al menos así se podría empezar a abordar. Pero para identificar y explicar por qué la inmensa mayoría de la población humana (incluso de los mismos afectados) rechaza, desprecia, aísla y deforma su visión sobre quienes hemos vivido experiencias de sufrimiento extremo no hay un término propio, ni de hecho hay apenas sobre nosotros más discurso, ni relato ni terminología que no sea de desprecio, de agravio o de sentido patologizador. Nunca a lo largo de la historia de nuestras diferencias –que por otro lado, como verá quien quiera y sepa mirar, tanto han aportado a la humanidad- ha habido ni remotamente la posibilidad de que quienes vivimos desde dentro estas situaciones nos definamos y expliquemos, nunca hemos sido escuchados más que como defectuosos, como objetos de observación y denigración.
Hablan los expertos y los que no de estigma, y con ese término confuso y difuso que sitúa sobre nosotros la marca o mancha, se impide ver que en realidad el problema está en la mirada; en el fango, las aberraciones o el color del cristal con que nos miran, y se evitan de paso reconocer que, al meternos de cualquier manera en estos cajones desastre a que han quedado reducidos los diagnósticos psiquiátricos, se nos convierte colectivamente en el perfecto chivo expiatorio sobre el que cargar las culpas, temores y vergüenzas de nuestra civilización, tan repleta de todo ello. Toda esa ignorancia y todo ese esperpento exigen “control de la salud mental” antes que ocuparse en fomentar el respeto hacia la salud propia y ajena, hacia la humanidad individual y conjunta, hacia el planeta que nos habita...
Es cada día más obvio que en estos tiempos de redes y multiplicación exponencial de la comunicación ha llegado la hora de encontrar nuestros lenguajes propios, con los que quienes formamos parte de este continente podamos identificarnos, compartir sentidos. Vamos empezando a bautizar con nombre propio a nuestras experiencias, a nuestras vidas, a los contenidos reales de nuestras consciencias más allá de los reflejos que se empeñan en ver quienes proyectan sobre nosotros sus intereses, sus teorías o sus sombras. Surgirán y se consolidarán términos propios para vivencias comunes, para conceptos nuestros, en nuestro idioma, para que nos entendamos entre nosotros y para que quien quiera aprenda pueda traducir, incluso interpretar, en lugar de obligarnos a adaptar nuestras experiencias y nuestras vidas a esas visiones y voces distantes, en esas jergas intrusas que desde fuera nos clasifican y definen.
Esto que nos ocurre tiene ya un nombre -al menos- que sirve para enfocarlo adecuadamente, en la línea de lo que señalan el machismo o el racismo. Hace ya años que algunos autodenominados “supervivientes de la psiquiatría” estadounidenses, al hablar del maltrato que habían sufrido en las instalaciones psiquiátricas, lo llamaron mentalism. Buscando traducirlo al castellano, para empezar a nombrar a esas creencias, actitudes y trastornos de conducta tan arraigados en nuestras costumbres, podríamos llamarlo cuerdismo, para empezar a verlo más desde la perspectiva de quienes lo sufrimos y menos desde la de quien lo ejerces.
Sí, es a ti, probable mente. Como es a mí mientras desaprendo…
Abrazos
Tom



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